domingo, 16 de marzo de 2014

Incrustado.

Caigo, y no sé qué tipo de agujero es, me aterra, la sensación de terror se apodera de mí. Porque siento que otra vez me harán daño, que otra vez querré morir, que otra vez me dañaré, me odiaré. Lo que más me asusta es que esto no acabe nunca. Que cada mañana es un suplicio, y cada noche es un calvario en aumento, una lucha entre mis deseos y yo, que trato de pararme, de salvarme, pero que me empujo a abandonar, a desaparecer. Hoy escribo llorando, porque estoy siendo excesivamente fuerte. Puedo decir con total seguridad que deseo que alguien me mate, que deseo despedirme de todos a los que amo, deseo que el dolor acabe para mí, una niña de quince años no debe tomar antidepresivos para reducir el sufrimiento, no es normal. Necesito nuevo aire, necesito otro corazón, recuerdos más agradables, pero no mis recuerdos, una infancia mejor, de una niña normal. Porque ser diferente cuando eres mayor, está bien, da ventaja en muchas cosas. Pero ser diferente o demasiado madura cuando eres pequeña, es el infierno que se incrusta en tu piel marcándote de por vida. Y eso es lo que en cierto modo provoca malestar, saber que no hay solución, o vuelta atrás. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario