martes, 6 de febrero de 2018

El primer día.

En aquel momento yo estaba lista. Preparada. Iba a ir al psicólogo por primera vez. Trece años. 
A las ocho y media de la mañana iría a la Unidad de Salud Mental para jóvenes y me adentraría en mi propio laberinto. 
Me desperté temprano, herida, sangrienta, temblorosa, húmeda, triste, miedo. 
Me vestí, un vestido de flores con unas botas, era invierno, febrero, un miércoles, día de clase. Miré por la ventana de mi cuarto y me quedé inmóvil al ver, por primera vez, un cielo de fuego. Un amanecer rojo como la sangre. Saqué mi cámara de fotos vieja, y lo fotografié. 
Bajé las escaleras y subí al coche. No imaginaba que ese, sería el primer día de los siete años que llevo luchando contra diagnósticos, partes de mí que son así, pero que no quiero, que no quiero vivir. 
Un día colgaré esa fotografía, grande, amenazante, y gritaré al mundo que yo soy fuego, que quemo, inquebrantable, invencible, imponente, desafiante. Yo soy fuego, sensible y fuerte, y este fuego no se apaga. 

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