lunes, 19 de febrero de 2018

Mentiras.

Hay mentiras escondidas en un armario, mentiras absurdas de las que ya ni te acuerdas. Mentiras entrecortadas, enmascaradas, edulcoradas, repentinas, y tardías, arrepentidas y placenteras. Mentiras que hacen temblar tu vida, y vidas que se sostienen con mentiras. Mentiras que matan.Mentiras que no quieren hacer daño. 
Me tambaleo cuando me hablas porque ya no te escucho, solo te oigo de fondo, como una radio que se quedó encendida, o como una vela que llora tanto que se consume. 
A veces escucho música y parece que te revivo, y es horrible, no te recuerdo ni te quiero, solo dejaste dolor. 
Me he hecho daño muchas veces, he gritado ayuda en mi silencio, y me he roto a mí misma por dentro mil veces. Hoy lo he hecho otra vez, y la peor parte es que no hay nadie a quien culpar. 
Me siento nada y necesitaba un abrazo, pero solo fueron balazos. 
Llevo plumas por pendientes porque me las cortaron, y yo las guardé para reconstruirlas, de momento las llevo colgando para que no pierdan su vuelo. 
Me miran muchas caras y yo sólo me torturo intentando descifrar lo que están pensando de mí.
Este aire está demasiado frío como para que los ángeles vuelen. 

domingo, 18 de febrero de 2018

Cuando era pequeña.

Hoy escribo porque me queman los ojos, me miente mi instinto y me arrastran mis dedos. Hoy escribo porque quiero. 
Cuando era pequeña, el olor que más me gustaba era el del incienso que ponían en la clase de ballet. Odiaba comer pescado, y me encantaban las verduras. No entendía el porqué de los semáforos (ni lo sigo entendiendo). Me agobian. Tenemos muy poco tiempo en la vida como para que nos frenen el paso. 
Cuando era pequeña iba a la piscina por obligación, y me iba sola al colegio, dando zancadas enormes para ver cuántas baldosas podría saltar. Cuando salía de paseo bailaba por las calles, y a veces me enfadaba con mi perra porque se me adelantaba. Cuando estaba sola me disfrazaba y bailaba. Sigo bailando en mi cuarto (me encanta bailar "Serenade" de Dover). Me quedaba embobada contemplando las ventanas de los coches, quería saber lo que había dentro. En el supermercado me quedaba en la sección de suavizantes y detergentes, los abría y los olía. 
Yo quería ir con los labios pintados al colegio, pero mi madre no me dejaba; deseaba llevar el pelo de color rojo, y la peluquera se reía de mí. Necesitaba mucho cortarme el pelo frecuentemente, necesitaba sentir las caricias de la tijera, esa sensación en la que te sientes frágil, cuidada, mimada, que alguien te haga caso. 
Ayudaba a las mujeres que venían a cuidarnos y a limpiar la casa, yo limpiaba los cristales y ellas todo lo demás. Le regalé una pulsera a mi maestra de infantil, y no la volví a ver. 
Cuando era pequeña me encantaba beber leche, sola, fría. Y el arroz era mi comida favorita. Me daba miedo el mar, lo veía inmenso, me sentía diminuta (como ahora); y pensaba que me iban a tragar las olas. Odiaba dibujar a personas y por las noches sentía terror, creía que había alguien más en mi habitación. Amaba la lluvia, me relajaba y me hacía (me hace) sentirme segura.Cuando mi madre se maquillaba yo me colocaba detrás de la puerta de su baño para ver cómo lo hacía; siempre abría la boca para ponerse rímel y fruncía los labios para el colorete. 
Cuando era pequeña las paredes de mi habitación estaban cubiertas de papel de ositos, me encantaba arrancarlo. Lo que más detestaba era leer, no sé por qué. Los abrazos eran invisibles, pero yo muchas veces me abrazaba a mí misma. 
Me regalaron una bailarina de porcelana, preciosa, la llevaba a todos sitios, pero se la quise enseñar a mi padre, y se rompió. 
No confiaba completamente en nadie, esto no ha cambiado.


jueves, 15 de febrero de 2018

Hay.

Hay huellas que se borran en segundos, porque se las traga el mar, y ya ni recuerdas donde estuvieron, hay huellas que resbalan y caes encima, hay huellas que rompen baldosas, y huellas que hunden los cimientos de la vida, y te tambaleas, pierdes equilibrio. Hay lazos que se convierten en nudos, y arena fina que se hace piedra. Hay puzzles que encajaron hasta que una pieza decidió marcharse porque no encajaba. 
Hay lugares que son casa, y casas que son infierno. 
Hay personas que te devuelven la vida, y que te la rompen un poquito. Hay corazones que se agrietan y no pueden reconstruirse. El tiempo no lo cura todo, pero el tiempo convierte un libro nuevo en uno viejo que se hace polvo, de recuerdos indiferentes. 
Hay mariposas en el estómago que se hacen cuervos negros que no te dejan. El mayor castigo es no poder coser un roto, dejar abierto un agujero que se ve demasiado, intermitente y oculto, pero que explota como la luna en una noche negra. 

jueves, 8 de febrero de 2018

Victoria.

Hoy he ganado. He ganado al miedo. 
He sentido hambre y hace siete años que no lo hacía. Un hambre espontánea, sin pensarlo. 
He sentido mi pisada fuerte dejando huella en esa parte de mí. Como que he llegado a la cima de mi trastorno alimenticio. Y no sé por qué, pero he sentido hambre. 
Me sentido en casa. He sentido que mis problemas, por primera vez, le preocupan a alguien; que ha su vez, han sabido disfrutar igual o más que yo, que por fin he dado un pasito hacia delante, pero para mí gigante. 
Tan gigantes y tan descomunales como las que creo mis "ángeles" de ahora. No sé por qué, ni mil psicólogos ni cientos de psiquiatras, ni el hospital de trastornos alimenticios, han conseguido nunca que volviera a aflorar en mí, una sensación que en los últimos siete años creía olvidada. Hambre. 
Gracias es lo mínimo que puedo decir. Gracias por ser un poco arquitectas de mi corazón, y arreglarme un trocito de mí.

martes, 6 de febrero de 2018

La primera vez.

Escribo tanto porque estoy intentando soltar cosas, cosas que nunca he contado, porque quiero quitarme piedras de la mochila.
Un día, ya diagnosticada mi depresión; quería morir. Era una tarde de abril, las ocho de la tarde. Estaba en mi cuarto, llorando, dándole vueltas a la almohada para llorar en seco. De repente tuve un impulso, algo fuerte se removió dentro de mí, como un monstruo, como un gigante que se despierta y pisa la ciudad. Corrí al baño verde (al baño que hay justo al lado de mi habitación). No encontraba nada, y buscaba y buscaba, pero no sabía lo que buscaba. Lo encontré. Encontré unas tijeras enormes, saqué mi brazo derecho, vacilé. Miré las tijeras, miré el brazo, me miré a mí, pero el espejo me asustó. No era yo quien estaba reflejada, no era mi mirada, era como si me estuvieran mirando otros ojos. Me hice cortes en los brazos, vi gotas de sangre caer al suelo, y sentí el dolor, sentí que estaba viva.
Esa fue la primera vez que me corté.

El primer día.

En aquel momento yo estaba lista. Preparada. Iba a ir al psicólogo por primera vez. Trece años. 
A las ocho y media de la mañana iría a la Unidad de Salud Mental para jóvenes y me adentraría en mi propio laberinto. 
Me desperté temprano, herida, sangrienta, temblorosa, húmeda, triste, miedo. 
Me vestí, un vestido de flores con unas botas, era invierno, febrero, un miércoles, día de clase. Miré por la ventana de mi cuarto y me quedé inmóvil al ver, por primera vez, un cielo de fuego. Un amanecer rojo como la sangre. Saqué mi cámara de fotos vieja, y lo fotografié. 
Bajé las escaleras y subí al coche. No imaginaba que ese, sería el primer día de los siete años que llevo luchando contra diagnósticos, partes de mí que son así, pero que no quiero, que no quiero vivir. 
Un día colgaré esa fotografía, grande, amenazante, y gritaré al mundo que yo soy fuego, que quemo, inquebrantable, invencible, imponente, desafiante. Yo soy fuego, sensible y fuerte, y este fuego no se apaga. 

¿Como?

Como el pájaro que no quiere dejar el nido. Como el payaso que no sonríe. Como la serpiente que no envenena, como la lluvia que no cala, como el viento que no se enreda, como el mar que no arrasa, como las nubes sin forma, como los árboles que no hablan, como los animales que no transmiten con la mirada, como las personas que no besan y que mueren. Como el sol que no calienta, como la luna que no enamora, como la rosa sin espinas, como un fantasma que tiene miedo, como la noche sin estrellas, como la música que no vibra, como el ruido que es silencio, como los gritos que son aullidos, como pa-lava-labras que arden de volcanes oscuros. Como yo, que no tengo nada, pero me tengo a mí. 

domingo, 4 de febrero de 2018

Cuervos.

Sus manos huelen a pólvora cuando escribe. 
Sus palabras despiden chispas y sus ojos vibran.
Imagino un mundo donde todo es más pequeño, y no me siento tan insignificante, no me siento tan en el abismo, no me siento tan desbordada, tan nadie. 
Destellos de luz me muerden de madrugada, abro mis ojos y descubro en mi interior, que no tengo nada que hacer... Para arreglarme. Descompuesta y terriblemente rota, caótica y destartalada, horrible y vacía. 
Me acuso a mí misma de mi propio asesinato, no es primicia, no es ficticio, no me sorprende, es real.
Y ellos me dicen que pare, que rompa, que escoja, que viva, que ame que ría, que baile, que coma. Pero no soy capaz de desprenderme de mí misma, por más que me he arrancado trozos de piel, de alma de vida. 
Nunca cambio nada, porque soy así. Soy mentiras bonitas, soy fugaz. No albergo mariposas en mi estómago, soy toda cuervos negros que se niegan a emigrar. 




sábado, 3 de febrero de 2018

Hay.

Hay colchones que hacen de barco, y remas y no se hunden.
Hay pieles que abren sus puertas y que guardan bosques ardiendo.
Hay escondites que se rompen y mar en unos ojos.
Hay suspiros que guardan mil y una noches.
Hay nudos que no dejan hablar. 
Todo lo que tengo corre, me miras y me haces pensar, que ya no sé pensar. 
Fue la primera vez que vi el amanecer con los ojos cerrados.