La dulce niña queda arropada en su cama de pétalos de rosa, ve cómo la luna se asoma a la ventana, y le regala su luz plateada. Reconfortada la niña se imagina sobre la luna, meciéndose despreocupada, al cuidado de las estrellas. Las primeras lágrimas de sal comienzan a brotar de sus ojos, cerrados, no quiere ver a los monstruos debajo de la cama de pétalos de rosa. Estos monstruos acostumbran a sacar sus brazos como raíces gruesas de un árbol viejo, y ahogarla poco a poco hasta que la primera luz del día despunta en el horizonte lejano. La niña aguarda, expectante, a que sus raíces vuelvan a torturarla esta noche. Poco a poco nota como la aspereza le agarra el cuello, retuerce su delicado torso. La niña siempre se mantiene paralizada por el mismo miedo, esperando a que una noche su monstruo termine de matarla. Esta vez será distinta,coge aire y lo almacena en su pecho, para así tener un hilo de voz con el que hablar. Toma las riendas y se enfrenta a sus raíces, se desahoga, les narra todo lo ocurrido en su vida, sus pesares, sus traumas, sus aspectos más recónditos aún no superados. Poco a poco se hace fuerte, pues sus raíces, sus orígenes, su pasado, por fin sale a la luz, y deja de ser perseguida.
La niña que acabó con su pasado oscuro, la niña que cortó sus raíces, al fin puede dormir para empezar de cero al día siguiente.
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