Desamparada, lista para caer al hondo vacío que me observa penetrante cada día. Preparada para el más crudo fracaso, para estrellarme de frente contra mi realidad, en ocasiones distorsionada, sin yo quererlo. Arranco las fuerzas que se encuentran escondidas, incrustadas en lo más profundo de mí, perdidas en los pasadizos más recónditos de mi alma, de mi cuerpo, de mi constelación alunarada, de mi piel seca... A lo larga de mi lengua que sirve de trampolín a todos mis miedos, que nunca llegan a saltar, que nunca llegan a salir de mí. Siempre se quedan enredados en el nudo tan insoportable, indescifrable de mi garganta, que no me deja. Ahora únicamente me pregunto cuándo llegará el golpe final, intento mentalizarme, hacerme saber que todo saldrá mal, y que seré el moho verde y pestilente de cualquier alimento apetecible en sus buenos tiempos. Caduca, podrida.
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