miércoles, 13 de abril de 2016

Al margen.

Aislada, en una gran burbuja de cristal que todo lo refleja, todo lo ve, y todo lo graba. Cosida a ella, en su interior me encuentro, atada a la alienación de no saber lo que hay más allá, ajena a tanta emoción en constante movimiento. Desprendo chispas, cargadas de electricidad; no puedo tocarme a mí misma, no puedo rozarme, no puedo conocerme. Me limito a esperar un mundo mejor, esperar, las horas a veces efímeras pasan a mi lado de puntillas, dejando tras de sí un rastro de pesadez en mi rostro. Ojeras caídas, amargas y grises, como un cielo nublado coloreado recientemente a ras de mi mirada desesperada. Pestañas caídas en vano, sin cumplir deseo alguno, como hojas secas, marchitas, cayendo a la tierra, el final de sus vidas. Extraña, me reflejo en el cristal impoluto que me devuelve la desgarradora forma de mirar, mi alma filtrándose por esas pupilas negras que nunca se dilatan, ya no sienten, partidas por la mitad. Rotas, divididas, aguardan con paciencia borrar de ellas las imágenes que he vivido, todo lo visto. Aguardan una nueva vida. 



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