Aturdida, rendida, huesuda, aunque inconsciente de esto último. Me consume el tiempo pero es inevitable, pues aquí nadie se libra de él. Pesadillas en las que me ahogo, ya ni siquiera dormida escapo de mí, el tumulto me persigue, el llanto no me abandona, y el cielo no se apiada de mi persona.
¿Qué hice? ¿Qué no hice? No logro recordar el hecho que ha dado como resultado este sanguinario castigo, que ni a mi alma libera. Exprimir tantas vivencias como caos hay en mis momentos. Extraer tantos instantes como muerte siento a cada hora. Desear tanto, tanto... la mismísima nada. Ironía, es temer a la oscuridad cuando era pequeña, y ahora me encuentro deseando vivir en ella con todas mis fuerzas, empleando hasta el último suspiro. Ya no veo la luz. Ya no hay luz. Camino a tientas por la senda de mi propio olvido topándome, en ocasiones, con un recuerdo marchito, con una voz que se congela al vacío.
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