viernes, 15 de enero de 2016

Manchas.

Me torturo, cansada de no vivir en paz. No puedo sentirme satisfecha conmigo misma, no consigo ser la mejor, no quiero. Aunque quiero serlo para mí, para mi madre al menos. Y soy lo peor. Me odio. Me produce un impulso de reír verdaderamente, inusual en mí, cuando dicen que los adolescentes pasamos por esta etapa de sentimientos irregulares, de pérdida, de no saber bien lo que somos o a dónde vamos. Pero en mi caso no es así. Llevo más de cinco años con un sentimiento de tristeza incrustado que no  lo arranca ni el mejor de los psiquiatras. Es un trabajo complicado si me tienen en sus agendas. No hay evolución, y nunca podré negar que lo intento, porque cada día trato salir de este estado, pero me es imposible. 
Hace tiempo, cuando estaba nerviosa (todo el tiempo), tenía la costumbre de rascarme todo el cuerpo. Esa es la explicación de unas manchas horribles y aparentemente inexplicables. He dejado de cortarme, o al menos lo hago con muchísima menos frecuencia, aunque lo pienso muy a menudo, y eso me aterra, porque creo que voy a caer y tengo que sujetarme demasiado. Ánimo, no sé qué más decirme, y no sé bien si esto último servirá en demasía.


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