domingo, 22 de mayo de 2016

Nada.

Mi piel se eriza, pero no tiene razón. Veo cómo todos hablan sin decir nada, cómo creen que poseen la verdad suprema. No intentan concienciar, solo la imponen por la fuerza de la amenaza, el chantaje emocional. A veces no creo que pueda existir tanta maldad. Hemos creado tiburones terrenos, que se alzan para que se les vea, van hacia su víctima y muerden sin piedad. Los miedos se esfuman por pura necesidad; han de dar paso a otros aún más densos. No tengo miedo a la muerte, tengo miedo al miedo, al olvido, al abandono total. Mis pisadas no se escuchan, no dejo huella al caminar por la orilla del mar, mis suspiros no me envuelven en la niebla característica del invierno. Nadie me mira, no siento nada al acariciarme, el viento me traspasa, la lluvia se filtra por mi cabeza hasta llegar a mis pies. me encuentro en mi propio olvido, la propia inexistencia. Me siento una mota de polvo que muere por un soplido. Y cómo voy a encontrarme si no me veo. Me abrazo en sueños y despierto arqueada como una flor en busca del sol.



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