martes, 25 de noviembre de 2014

Manchada.

Es incierto el camino que tomaré, pero no el que he de tomar. Es incierto porque en cierto modo no depende de mí. No controlo ya mi pesar, el gran demonio de mi ser, se agarró a mí con tanta fuerza que somos uno solo. Lo que amo de mí es que sólo me daño a mí misma, no me permito arrebatar un pedazo de vida a las almas que conviven a mi lado. Llego poco a poco al final de la cascada, y mi caída no es profunda, no es dura, no es vertiginosa comparada con lo vivido. ¿Un consuelo? Tal vez. 
Mi carencia de mí, es total, no me tengo, no me poseo, me lloro, me siento, me mantengo y dedico cada día a cuidar tan delicadas ruinas, que tan bruta y devastadoramente  fueron derribadas, destruidas ante mí, ante mi inocencia manchada, mi ignorancia marchita. Qué triste es no acordarse de cómo empezó todo, del origen, por la cruda razón de los años años pasados, de la corta edad, de la antigüedad de los recuerdos que aún conservo como el diente debajo de la almohada que jamás puse.

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