lunes, 18 de junio de 2018

A veces no puedo moverme y me agobio. Parece que mis pies echan raíces y no quieren arrancar. Hay días grises teñidos de lluvia que me asaltan de dudas, que me trepan y ensanchan todas mis cicatrices; y las abren y las queman. 
Siento que todo se retuerce dentro de mí y ya no hay un nudo, hay muchos nudos que no dejan al aire vivir en paz. 
Crisis. Siento miedo y creo que alguien me hará mucho daño. Y no tengo otra solución (por ahora), que la de tumbarme en la cama, hacerme una bolita y aislarme de todo hasta que pase. 

jueves, 14 de junio de 2018

Tarea de psicólogo.

El psicólogo me ha mandado dos tareas, así que voy a hacerlas aquí porque me siento mucho más cómoda en el lugar donde siempre he escrito. 
La primera es sobre la comida, tengo que poner los hábitos que tenía antes, mis pensamientos.
Tenía que preguntar o saber con certeza qué es lo que se iba a comer en mi casa al día siguiente, el modo de hacerlo, los ingredientes que llevaría... Así yo estaba todo el día planeando cómo comerlo, cantidades e incluso buscando una excusa bien planeada para no comer si se trataba de algo no apto. Si comía, ponía muy poca cantidad en mis platos, lo extendía todo para que pareciese más cantidad y comía muy despacio, así las personas siempre me verían comiendo. Miraba muchísimos trucos para no comer en Internet, y muchos de ellos me servían, otros no. Bebía mucha agua antes, durante y después de las comidas, muchas veces en forma de té para que no se notara tanto. Hubo una época en la que en la única comida en la que comía con mi familia, después de comer iba inmediata y directamente al baño. Yo tenía ahí todo preparado, me levantaba de la mesa la primera para que todos siguieran comiendo entretenidos mientras yo hacía lo mío. Cerraba la puerta con cerrojo, me hacía una coleta, ningún pelo quedaba suelto, cortaba trozos de papel para limpiar después y los ponía al lado del váter. Algunos días abría el agua de la ducha pero la mayoría de veces tenía ya mi radio preparada y ponía música a todo volumen. Vomitaba y vomitaba hasta sentirme totalmente vacía. Después salía como si nada hubiera pasado. 
No sé por qué esa época pasó, seguía vomitando todos los días varias veces pero en bolsas de basura en mi habitación, las guardaba, las pesaba para ver lo que había sacado de mí, y cada mañana de camino al instituto las tiraba a un contenedor. Todas las mañanas salía con varias bolsas de basura en la mano. Me encantaba cuando pesaban mucho y tenía que tensar los brazos. 
En clase y en todos los sitios no hacía otra cosa que pensar en comida y en mi cuerpo. En los recreos me iba sola a la calle porque odiaba ver a todo el mundo comer, y oler a comida y verlos masticar. Me mareaba muchísimo en clase, y en casa, me levantaba de la silla y si no lo hacía muy despacio, tenía que volver a sentarme porque mi vista se nublaba. Varias veces me caí inconsciente al suelo, lo peor era cuando me pasaba en clase porque luego me despertaba y todo el mundo estaba cogiéndome a mi alrededor. En casa muchas noches me levantaba, me mareaba y no tenía tiempo de llegar a la cama, muchas veces me despertaba de noche tirada en el suelo. Nadie lo sabía. 
Intentaba comer siempre de pie o moviéndome. Puse en mi habitación una bicicleta eléctrica para hacer ejercicio. Me dediqué a unir muchos folios y tumbarme encima para pintar mi silueta con rotulador permanente, lo hacía una vez cada dos meses y luego comparaba.Me pesaba cada día, una vez al acostarme y otra al despertarme. Apuntaba todos los números, me importaban muchísimo no solo los kilos subidos o bajados sino los gramos. Me medía los brazos, las muñecas, los muslos, el cuello, la cadera y la cintura y también lo apuntaba. El día que los números no bajaban intentaba hacer ayuno total, no comía absolutamente nada. Otras veces me preparaba un plato de algo que me gustara, me lo metía en la boca, lo masticaba y saboreaba y luego lo escupía. Tenía que tener siempre chicles en el bolso para masticar continuamente. Cuando mis tripas sonaban sentía una sensación de placer inmensa, siempre pensaba que si las tripas rugían eran aplausos de mí misma para mí misma, por estar haciéndolo bien. Me ponía boca arriba en la cama y muchas mañanas le sacaba fotos a mi tripa, comparaba, si los huesos no se marcaban ese día me sentía la peor persona del mundo. Cuando estaba en la cama tenía las manos siempre en la tripa, me encantaba sentir los huesos y tocarlos. Soñaba muchísimo conmigo misma. En sueños yo devoraba todo lo que había a mi alcance, soñaba muchísimas veces conmigo misma como una niña salvaje que comía muchísima comida y muy rápido con las manos y en el suelo. Solo soñaba eso. Y con mesas gigantes llenas de comida. Evitaba quedar o salir de casa porque eso por regla general significaba comida. No salía a ningún sitio prácticamente ni tenía ganas. Muchas veces me iba de casa y le decía a mi madre que había quedado con una amiga a comer o a tomar algo, y estaba unas horas sentada en algún banco de la calle, cuando pasaba la hora de comer volvía a casa y decía lo que había comido en algún sitio. 
Me encantaba cocinar, sobretodo dulces, postres, hacía creo que casi todas las semanas bizcochos, tartas... Pero yo nunca probaba, lo que me gustaba de eso era ver cómo la gente se lo comía. 
En un mes adelgacé 13 kilos. A partir de ahí todo fue cuesta abajo, también el peso. 
Me salieron de tanto vomitar unas marcas en la mano derecha, como una herida, que la sigo teniendo aún. Creo que se quedará siempre, es como un punto rojo en el dedo índice, siempre apoyaba los dientes ahí cuando vomitaba. Me asustaba mucho ir a psicólogos pero recuerdo a una mujer nueva que fui con mi madre, fue muy clara. Le preguntó a mi madre "¿No ves lo delgada que está?" Mi madre parecía que no se daba cuenta. Y luego la psicóloga dijjo "Esta niña tendría que estar ingresada". Fue como una bomba, me quedé totalmente paralizada. Estaba sola, me sentía sola, no tenía a nadie para contarle mis cosas y si lo hubiera tenido tampoco lo hubiera hecho. Tenía mucho miedo porque no sabía lo que me pasaba. Contaba los granos de arroz de mi plato, el número de cereales, el número de macarrones, contaba absolutamente todo lo que estaba en mi plato. 
Cuando iba por la calle miraba a todas las chicas que se cruzaban por mi camino, las comparaba conmigo y todas eran mejores. Si pasaba por delante de algún escaparate caminaba más rápido, no quería verme. Tengo un espejo en mi habitación y al vestirme o desvestirme siempre le ponía una toalla encima.
En las comidas familiares echaba toda la comida a una servilleta. Me veía obesa, pensaba que mis huesos estaban gordos, quería adelgazar mis huesos. Una vez estábamos en clase de educación física en el instituto y el profesor dijo que necesitaban a alguien que pesara poco para hacer una figura acrobática. Creo que nunca se me va a borrar de la mente la imagen en la que toda la clase se giró hacia mí y yo me puse a gritar. Pensaba que me estaban vacilando, que se estaban riendo en mi cara. 
La gente me miraba de arriba a abajo como si fuera un muerto viviente. 
Dejé ballet, lo que más quería, porque simplemente no era capaz de mirarme al espejo. Bailaba y me sentía como una foca, sentía que estaba haciendo el ridículo. Me saqué mi título de ballet con muchísimo esfuerzo porque la profesora me obligó, me decía que era muy buena. Recuerdo que al entrar a los exámenes oficiales de ballet me ponía a llorar en la puerta. Mi profesora me abrazaba y yo no sé cómo lo hice para terminar el grado. 
Me daba mucho miedo comer, literalmente miedo y lo pasaba muy mal cuando alguien me transmitía presión por comer. 
Creo que me he explicado bien y no he dejado nada por contar. 

lunes, 4 de junio de 2018

Mar.

Pieles tersas contaminan el aura que nos soporta, cicatrices marcas raspan la inocencia, son rasguños de paz que han gritado guerras, ya dormidas. 
Tenues escenarios que apagaron sus luces, pasillos borrachos de ruido que se callan ante la ausencia. Vacío muerto que ya no guarda en sus grietas ningún eco de voces pasadas. Todo caducado, todo acabado. 
Palabras en el aire diluidas en el viento, enterradas en olvido, marchitas en las conciencias, reducidas a una mota de polvo, de todo aquello que fue.
Pareces delirar y no me he dado cuenta hasta que no he visto las paredes ensangrentadas y los suelos encharcados de mucha sal, para tan poco mar. Tampoco amar fue suficiente.