miércoles, 22 de febrero de 2017

Veintiocho de Febrero.

A pesar de ser el más pequeño, el menos indicado, el más dañado, el diferente, embustero. Febrero nunca llora. Sigue siendo fuerte. Sigue persiguiendo sus metas, sigue valiendo por dos; sigue viviendo. 
Tiene el poder de amar. Sabe a té caliente. Amarga es su corteza, irrefrenable todo él. Humaniza. Rompe normas. 
Subjetivo, luchador, valiente de historias calladas. Usado, antiguo, vivido, invisible. Posee la magia del frío del invierno y una ecuación causante de simbólicas figuras. Suaves rayos de sol acarician a cada hoja seca. 
Vale por dos. Vale por los que le conocieron y ya no. Tiene carácter, es huracán. Le sobran días para derramar su esencia. 
Adivina quién es febrero. 
Te quiero. 








(Sigue leyendo en la segunda entrada).

Todo lo que tengo y todo lo que necesito.

Tengo un puñado de cartas, cuatro fotografías, un retrato, dos libros, una dedicatoria, un cuadro, una rosa, una camiseta, una vela, tres pasteles, canciones encontradas, un saco inagotable de sonrisas, un río de lágrimas hacia el mar, ochenta y siete tés con amor; o desamor. Conversaciones asquerosas y conversaciones de “párate tiempo”, abrazos impredecibles, mañanas indiferentes, tardes sorprendentes, noches confortables, momentos estresantes, palabras de consuelo, palabras edulcoradas, enfados inexistentes, hojas pisadas, pisadas que crujen, piscinas poco usadas, helados de lugar inamovible, teorías impracticables de pagar a medias, incertidumbre imparable al abrir un regalo, un masaje para el alma, un acto con discurso, críticas de estilo, un bolso viejo imprescindible, un trozo de pelo sin pelo, un móvil perfecto, sucesos que se curan pero no se olvidan, heridas por besar y comprender, cuentos ¿contados?, días grises y días amarillos, un cactus sin piedad, pétalos arrancados, borrones y no más cuentas; borrón y letra nueva, cuadernos vacíos, películas salvavidas, llamadas desesperadas o llamadas “te necesito”, un lunar en la cara, una mirada temeraria, una sonrisa telepática, una melena ingobernable, un cuerpo cargado de quién sabe qué, recuerdos difuminados, mi marca en las mejillas, fiestas casuales, chicos hirientes, chicos inexistentes, chicos incompetentes, chicos tirita, chicos fugaces, chicos solo para. Finales esperados, comienzos inesperados, conocidos enmascarados. Coches sin parabrisas, esfuerzos recompensados, distancias conquistadas, puzzle con los brazos, salvajes “no te vayas”. Inseguridad en vestidos, habitaciones caóticas, habitaciones que resbalan, pasos insensatos, me doy media vuelta. Almohadas compasivas, sábanas protectoras, deseos aún deseos, ilusiones perdidas. Maletas implacables, collares enredados, bañeras sucias, un tocadiscos, viejos discos, gritos inservibles, susurros penetrantes, paraguas abandonados, lluvia imperceptible, viento invencible, niebla quebradiza, sol impalpable.  Un pendiente cojo, ventanas entreabiertas, puertas “prohibido el paso a personas no autorizadas”, sillas resentidas, colchones moldeados, papeles quemados, polvo en las bombillas, luz gastada en la noche, luna comestible, árbol arrugado, tronco milenario. Alas atrofiadas, pájaros encarcelados, mosquitos insaciables, olor a libro nuevo, marcapáginas improvisado, un sonido que interrumpe, pestañas que se mecen, soledad latente. Hielo en el infierno, fuego en las pupilas, gestos impacientes, gestos indiferentes. Y todo lo que yo necesito, es que existas.