domingo, 11 de septiembre de 2016

Regalé mi amor.

Titubean mis dedos sobre el teclado, me siento pletórica al escribir. El sol me calienta cada mañana, y lo compenso con un baño de luna plateado cada noche, cuando me siento a solas en mi tejado, y los murciélagos que caen del cielo pasan rozándome al lado. Al ir a dormir, dejo la ventana entreabierta por si algún gato negro siente frío y deseo de cobijo. La puerta cerrada. Me siento segura con la puerta cerrada, aunque el monstruo esté dentro. Me deslizo entre las sábanas tapándome hasta el cuello, a veces los murciélagos vienen demasiado sedientos. Estoy lista para dormir, pero no puedo, no cojo el sueño, y estiro los brazos pero nunca lo alcanzo. Un sueño... quiero un sueño...
Estoy en una casa de campo, con un niño que vive en el jardín de al lado. Yo tengo un jardín fruto de mis manos. Él me contempla cada día acariciar con mi nariz los pétalos de las flores. Quiere ser flor. Un día las miradas colisionan sin remedio. Yo le regalo una flor, la plantamos juntos, esta vez en su jardín. El niño comenzó a pintarla cada día en un cuaderno. Me la enseñaba, y yo notaba que se apagaba el color de aquella flor roja a medida que era retratada cada maldito día. 
Me acerqué a ella, preocupada, estaba pálida como algo inerte. Quise llamar al niño pero no tenía voz, estaba rota. De repente la flor se hizo polvo, y yo cenizas, tirada a su vera. Yo era la flor. Y este mi sueño.

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