Estoy en una casa de campo, con un niño que vive en el jardín de al lado. Yo tengo un jardín fruto de mis manos. Él me contempla cada día acariciar con mi nariz los pétalos de las flores. Quiere ser flor. Un día las miradas colisionan sin remedio. Yo le regalo una flor, la plantamos juntos, esta vez en su jardín. El niño comenzó a pintarla cada día en un cuaderno. Me la enseñaba, y yo notaba que se apagaba el color de aquella flor roja a medida que era retratada cada maldito día.
Me acerqué a ella, preocupada, estaba pálida como algo inerte. Quise llamar al niño pero no tenía voz, estaba rota. De repente la flor se hizo polvo, y yo cenizas, tirada a su vera. Yo era la flor. Y este mi sueño.
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