jueves, 29 de septiembre de 2016

Pasos.

Remanso de paz, almohadones de verde hierba, sutil brisa mojada oceánica, imperceptible aleteo lejano de las palomas en los tejados, sucios, descuidados, de "no miro que me mancho". Estoy sentada, observo a los que pasan y ni si quiera se dan un momento para pestañear, otros pasan, y se detienen, pasan, y se anudan los cordones con impaciencia, pasan, y arrastran de la mano a algún pobre niño que no puede caminar con mayor rapidez. Pasan, y no viven. Se enredan con el tiempo, y no pueden escapar, y el bucle de las sombras nunca termina, y el ruido nunca cesa. Dejo de teclear. El sonido me abruma. 

Después.


domingo, 11 de septiembre de 2016

Regalé mi amor.

Titubean mis dedos sobre el teclado, me siento pletórica al escribir. El sol me calienta cada mañana, y lo compenso con un baño de luna plateado cada noche, cuando me siento a solas en mi tejado, y los murciélagos que caen del cielo pasan rozándome al lado. Al ir a dormir, dejo la ventana entreabierta por si algún gato negro siente frío y deseo de cobijo. La puerta cerrada. Me siento segura con la puerta cerrada, aunque el monstruo esté dentro. Me deslizo entre las sábanas tapándome hasta el cuello, a veces los murciélagos vienen demasiado sedientos. Estoy lista para dormir, pero no puedo, no cojo el sueño, y estiro los brazos pero nunca lo alcanzo. Un sueño... quiero un sueño...
Estoy en una casa de campo, con un niño que vive en el jardín de al lado. Yo tengo un jardín fruto de mis manos. Él me contempla cada día acariciar con mi nariz los pétalos de las flores. Quiere ser flor. Un día las miradas colisionan sin remedio. Yo le regalo una flor, la plantamos juntos, esta vez en su jardín. El niño comenzó a pintarla cada día en un cuaderno. Me la enseñaba, y yo notaba que se apagaba el color de aquella flor roja a medida que era retratada cada maldito día. 
Me acerqué a ella, preocupada, estaba pálida como algo inerte. Quise llamar al niño pero no tenía voz, estaba rota. De repente la flor se hizo polvo, y yo cenizas, tirada a su vera. Yo era la flor. Y este mi sueño.

Unas letras de María.

Me pregunto qué sería de mí sin ella. Algunas personas nacen con magia, pero solo unas pocas la derrochan. No te curan tus heridas, no sanan tus cicatrices. Te enseñan a amarlas, a convivir con ellas. Te hacen ver que son tatuajes en tu piel que te acompañarán el resto de tu vida, para recordarte que si ha cicatrizado es porque una vez fuiste fuerte.
Un secreto: Aún lo eres.
Por ti, Cristina, la que me da la mano cuando solo veo puñales.