sábado, 7 de enero de 2017

Intimidad.

Voy a contar algo, aprovechando que esto cada vez tiene menos audiencia y me siento en la intimidad. Tengo la necesidad de hacerlo porque es un momento concreto que llevo dentro hace mucho. 
Justo a la mitad de mi tratamiento con depresión y anorexia, hubo algo que me marcó. Fui a una de mis citas normales con el psiquiatra. Pero al pesarme, se alarmó estando yo en bajo peso considerable. Se puso muy serio, me pidió que por favor no me hiciera más daño, que estaba muy grave y que tendría que ingresarme. Al escuchar estas últimas palabras, automáticamente entré en un estado de shock descomunal. No era para nada consciente de lo que me estaba diciendo, para mí no era suficiente y no quería parar. Pero lo que de verdad me asustó es que cuando me dijo que me ingresaría, yo sonreí, no podía parar, como si me hiciera feliz. Estaba muy asustada y lo único que me salió fue sonreír. Hasta yo en ese mismo instante me instaba a dejar de hacerlo pero juro que no podía, me puse el escudo sin poder evitarlo. Tampoco podía hablar, recuerdo que el psiquiatra se alarmó pero si gesticulaba lo más mínimo explotaría a llorar. Al final le prometí que comería, que no vomitaría pero que no me ingresara. Tuve suerte, me hizo caso, y creo que hizo mal. Seguí al menos un año más y aún hoy me preparo a fondo para probar bocado.